LA CRUELDAD DE PASAR HAMBRE
Aunque las cifras han bajado, esta semana ya
se conocieron los primeros seis casos de niños muertos por desnutrición en el
país. Tres de ellos ni siquiera habían cumplido un año de vida.
Por: Diana Carolina Durán Núñez
Los menores indígenas son particularmente
vulnerables al drama de la desnutrición. En la foto, dos niños emberas de
Nariño sentados sobre ayuda humanitaria. / Nelson Sierra G.
Colombia es un país que nada entre oleadas de
paradojas: mientras aspira a ingresar al club de los países ricos, OCDE, cuya
misión es “promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de
las personas alrededor del mundo”, en su territorio muere cada 33 horas un
menor de cinco años por hambre. La cifra es del Instituto Nacional de Salud,
pero hay otras más osadas, como la de las investigadoras del Externado Magda y
Nubia Ruiz: tres niños mueren cada día por esta causa. El término oficial y
políticamente correcto es “desnutrición”, que, a fin de cuentas, no es otra
cosa que el hambre oculta en un disfraz que tiene que ver con la cantidad o
calidad de los alimentos que se comen. Aun así, el resultado final es el mismo:
el cuerpo simplemente no da más.
Es una tragedia sin fin. Esta semana el
Instituto Nacional de Salud reportó que, en lo corrido del año, seis familias
han enterrado a sus pequeños por hambre. Tres de ellos ni siquiera habían
cumplido su primer año de vida y los otros tres estaban entre los 12 y los 15
años. De ese grupo, tres murieron el mismo día que fueron internados. Sucedió
en Córdoba y en Magdalena, como recordatorio de que el año pasado en la región
Caribe se presentó el 45% de los 240 casos registrados en el país. Sucedió en
La Guajira, departamento que el año pasado dio sepultura a 43 de sus chiquitos
porque no se alimentaban como debían. Sucedió en Risaralda, en Meta, en Nariño.
El último cálculo de la ONU es que en el mundo un 26% de los niños sufren de
desnutrición crónica.
Y usted, ¿sabe qué pasa en el cuerpo de un
pequeño al que la pobreza no le permite alimentarse como necesita, al punto de
llegar a desnutrición crónica y morir por ello? Fernando Sarmiento Quintero,
coordinador de la Unidad Gastroenterológica y Nutrición de la Fundación
Hospital de La Misericordia, el hospital pediátrico más grande del país, nos
explicó en detalle.
“Existen tres tipos de desnutrición desde el
punto de vista de la gravedad: riesgo nutricional, moderada y severa. La severa
es la que presenta menor número de casos, pero es la más grave porque los niños
mueren y porque deja ver que el hambre es una condición social. En el hospital
la vemos principalmente como producto del desplazamiento, de la gente que se
viene de las zonas rurales a engrosar los cinturones de miseria de las
ciudades”. La introducción del doctor Sarmiento va en línea con una realidad que
ya han denunciado organismos como el Programa Mundial de Alimentos: el
destierro por la violencia afecta la seguridad alimentaria de las víctimas,
pues su principal sustento eran su tierra y los animales. Los alimentos dejaron
de estar al alcance de la mano.
Quien pasa hambre vive pobreza, pero en la
mayoría de casos no se trata de niños que llevan un tiempo prolongado sin
probar bocado: se trata de menores que llevan meses —y hasta años—
alimentándose de la peor forma posible. “Sus familias no tienen con qué comprar
nutrientes de calidad. Los alimentos con proteínas y ricos en calcio y hierro,
(carnes, huevo y leche) y los que concentran las vitaminas y minerales (frutas
y verduras) son muy costosos, , por eso, si es que pueden, compran lo más
barato, carbohidratos: papa, arroz, pasta, yuca, plátano. La gente calma el
hambre pero no se alimenta, y ese es el origen de los problemas”, explica
Sarmiento.
***
Si los niños comen muy poco, o reciben una
alimentación de mala calidad con componentes desequilibrados, el resultado son
las deficiencias: el organismo se resiente. Se disminuyen los niveles de
calcio, de hierro y de vitamina A, principalmente. Y ese déficit, mezclado con
cantidades desproporcionadas de carbohidratos que intentan sin éxito reemplazar
a las proteínas, trae consecuencias.
***
Se llama catabolismo: el cuerpo empieza a
sacar de sus propios depósitos lo que usualmente le brinda la comida. Si el
niño está comiendo de todo, pero en porciones mínimas, va a alcanzar un tipo de
desnutrición conocida como “marasmo”. “Se ven con los huesitos forrados”,
señala el doctor Sarmiento. La marca más común es la reducción de la talla, y
lo que un niño pierde en crecimiento de esa forma no lo recupera nunca. La
última Encuesta Nacional de la Situación Nutricional en Colombia (Ensin), hecha
por el ICBF en 2010 —este año viene otra—, muestra que los departamentos más
afectados por este tipo de hambre infame son Vaupés, Amazonas, La Guajira,
Guainía y Cauca. En todos hay un buen número de comunidades indígenas.
El cuerpo es una máquina potente que no se
apaga sin dar la batalla, pero es una batalla perdida si no tiene nutrientes
con qué darla. El hierro es indispensable para la formación de la hemoglobina,
una proteína especializada en transportar oxígeno a todos los tejidos del
cuerpo. Por esa razón, los niños que pasan hambre suelen presentar anemia y la
formación de sus tejidos se ve afectada. Igual pasa con la formación ósea, que
se ve seriamente comprometida por la ausencia de calcio —por eso son niños más
pequeños—. La falta de vitamina A compromete la integridad de la piel y de las
mucosas, lo que incluye una pobre lubricación en los ojos con riesgo de lesión
en la córnea: un niño que sufre de hambre puede llegar a quedar ciego.
Cuando en su alimentación predominan los
carbohidratos, explica el doctor Sarmiento, la apariencia física del pequeño
cambia en comparación con quienes sufren de marasmo. No están “forrados en los
huesos”, al contrario, se hinchan. La causa: los líquidos que normalmente van
al sistema vascular se filtran en los tejidos. Su hígado se llena de grasa y
crece también. Esta condición se llama “kwashiorkor”. “Los padres, al ver a los
niños ‘rellenitos’, piensan que están bien. Pero no lo están. Así como se
pierde tejido muscular y desaparece el tejido graso, su potencial de
crecimiento e intelecto se van a ver afectados si no se detecta a tiempo”,
señala el médico.
Un niño con marasmo —que a duras penas tiene
qué comer— cuenta con menos probabilidades de sobrevivir que un pequeño que sí
come, pero lo incorrecto. En ambos casos, sin embargo, el hambre se vuelve un
motor de estragos porque los niños necesitan tres veces más nutrientes que los
adultos. Morir de hambre, como morir de sida, no es posible: lo posible es
sucumbir ante alguna enfermedad que a cualquier mortal bien alimentado no
tumbaría. El hambre, como el sida, afecta el sistema inmunológico y, por lo
general, los niños mueren por infecciones pulmonares o gastrointestinales.
Neumonía y diarrea. La diferencia entre el hambre y el sida es que sólo la
última no tiene remedio hasta ahora.
— ¿A los niños con hambre les duele algo,
doctor Sarmiento?
—No les duele nada. Pero sufren de hambre. Y
todos sabemos lo cruel que es sentir hambre.
El daño es mental también
El Espectador consultó a Jacqueline Londoño,
subdirectora de la dirección de nutrición de Bienestar Familiar, quien explicó
las repercusiones que el hambre tiene sobre las mentes de los pequeños que
soportan este calvario: “La desnutrición produce daño a nivel cerebral y
neuronal. Las dendritas, conectoras del sistema nervioso, dejan de
multiplicarse. En la foto de una neurona de un niño desnutrido versus la de un
niño normal se nota que la del desnutrido es poco ramificada. (El hambre) no
permite que el cerebro crezca y se desarrolle normalmente”. ¿Qué quiere decir
esto? “Que el niño pierde su capacidad de interrelacionarse con el mundo”,
asevera Londoño. “Ni siquiera juega porque su organismo está ahorrando
energías”.
Estudios recientes en Brasil, Guatemala, India
y Sudáfrica lo confirman: quien pasa hambre sufre un daño irreversible en su
cerebro. “Es una injusticia que a menudo se transmite de generación en
generación”, ha señalado la Unicef, evidenciando así un círculo espantosamente
vicioso: quien vive en la pobreza no tiene cómo acceder a alimentos que lo
nutran; la desnutrición reduce las capacidades de aprendizaje; alguien sin
educación sólida no tiene otro camino —aparte de la ilegalidad— para salir de
la pobreza. El hambre “puede eliminar oportunidades en la vida de un niño y también
oportunidades de desarrollo de una nación”, dijo alguna vez Anthony Lake,
director Ejecutivo de Unicef.
Reducir significativamente la desnutrición es
un propósito de Colombia y todos miembros de la ONU para 2015. El Conpes 140 de
2011 indica que la meta para este año es que la prevalencia de desnutrición
crónica sea del 8%, cuando hace 25 años era del 26%. Ese Conpes enuncia también
que la problemática del hambre exige “acciones estructurales que pongan fin a
la inseguridad alimentaria, en coordinación con Bienestar Familiar, alcaldes y
gobernadores, el sector educativo, la salud y la sociedad en general”. La
sociedad en general, sí. Porque el hambre —que como cuenta el periodista Martín
Caparrós afecta a 900 millones de personas en el mundo— es un crimen colectivo
en el que todos, hasta los bienintencionados, somos cómplices.
Estado colombiano: tomando correctivos
El país lleva un tiempo largo intentando
fortalecer los derechos de los menores. El primer paso fue adherir la
Convención Internacional sobre los Derechos del Niño en 1990. No obstante,
pasarían 20 años antes de que se contara con un primer diagnóstico de la
situación de la atención a la primera infancia.
En 2011 se creó la Comisión Intersectorial
para la Atención Integral a la Primera Infancia, la cual integran la
Presidencia, los ministerios de Salud, Educación y Cultura, el Departamento
para la Prosperidad y el ICBF. Este grupo ha desarrollado protocolos y tomado
medidas para combatir la grave problemática de la desnutrición. La Unicef
señala que “los países que han demostrado voluntad y compromiso político para
hacer frente a la desnutrición han tenido gran éxito a la hora de reducir la
prevalencia de desnutrición crónica”, y muestra como ejemplos de esa reducción
significativa a Perú, Ruanda, Etiopía, Haití y dos estados de la India: Nepal y
Maharashtra.
75 por ciento de los niños que presentan
desnutrición y reciben tratamiento pueden recuperarse, dice la ONU.
Al mundo no le falta comida sino corazón
¿Por qué en un mundo de 7.000 millones de
habitantes, que produce alimentos para 12.000 millones, 900 millones de seres
humanos mueren de hambre? Esa fue la pregunta en la que se basó el periodista
argentino Martín Caparrós para salir al mundo, recorrer ocho países (Níger,
Bangladesh, Sudán, Madagascar, India, Kenia, Estados Unidos y Argentina) e
intentar ponerle rostro a esta gravísima problemática. La conclusión del
reconocido reportero es que a este mundo no le faltan alimentos, sino corazón.
“Entre ese hambre repetido, cotidiano, repetida y cotidianamente saciado que
vivimos, y el hambre desesperante de quienes no pueden con él, hay un mundo de
diferencias y desigualdades”, señala el autor. “El primer problema es de
desigualdad en la distribución. En los países del primer mundo se tira entre el
30 y 50% de la comida”, explicó Caparrós en una entrevista con el diario El
Tiempo en agosto del año pasado.
EL ESPECTADOR
LA CRUELDAD DE PASAR HAMBRE
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